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Los dejamos con el editorial de La periferia, edición número 8 donde Juan Carlos Onetti se confiesa sin desparpajo alguno. No se olviden del lanzamiento “Nuestra Calle” el 31 de mayo desde las 10 a-m en la Casa de las Adivinanzas, carrera 19 # 23a 26. 2do piso. Telefonos: 3375468, 3006141387, 3177515750, 3125702604. Habrá Olla comunitaria, gaiteros, tambores, punk, poesía, muestra fotográfica, muestra de medios, tejidos, chicha y lo que ustedes puedan ofrecer sumándose y aportando a esta fiesta que es de todos.

Reflexiones de un revistero
Juan Carlos Onetti

Ocupar un sitio microscópico en una revista de literatura cuya existencia parece largamente asegurada –dentro de las seguridades humanas– es cómodo y gratificante. Uno cree estar prestando un cierto apoyo a las buenas letras y son mínimos los sacrificios.

Pero yo quiero recordar aquí la larga teoría de revistas número uno –llamadas así porque nunca pasaban de Año 1 - Número 1–. Ayudé en lo que pude a muchas de ellas y toleré que publicaran sin autorización –y huelga decir sin pago– escritos míos.

Considero útil analizar los por qué de estas efímeras publicaciones que, según compruebo, siguen apareciendo y apagándose como estrellas errantes, casi sin dar tiempo para que sus padres y parientes puedan expresar uno o tres deseos.

Claro que siempre hay un editorial titulado "nuestra razón de ser" o "presentación", donde se explica que la N° 1 viene a llenar un vacío, nunca definido, tan odiado por los "revisteros" como por la naturaleza.

Éstos son recuerdos, viejas experiencias vividas allá abajo, en el sur. Pero en estos días me ha llegado un N° 1 impreso en multicopia y en algún lugar de España. Como es natural y forzoso, piden colaboración y suscripciones y se aceptan socios fundadores. No hay por qué contestar ya que nadie será favorecido con la dicha de ver el N° 2.

La génesis de estas simpáticas revistas es casi siempre la misma: hay un líder, un pequeño maestro que no encuentra cabida para sus obras en otras revistas o periódicos o editoriales. Este cabecilla, generalmente cacique de peñas literarias en mesas de café, harto de que sus poemas –casi siempre se trata de poemas, de cuentos breves o fragmentos de novelas que nunca alcanzarán el alivio tan deseado que acarrea generosa la palabra "fin"–, este cabecilla, volvemos, harto de ser escuchado sólo por el grupo adolescente que lo rodea y admira, termina por sugerir con audacia, con fingida indiferencia, la propuesta desencadenante:

- ¿Y si publicáramos una revista?
La fe y el entusiasmo, virtudes que con frecuencia son debilitadas por el paso de los años, acogen con regocijo la idea. Al fin y al cabo, ¿quién no tiene algunas líneas para publicar? ¿Quién de ellos puede dudar de un futuro prolífero y brillante?

Pero siempre se impone una pausa que puede durar muchas y muchas reuniones, aunque no frene el ya irresistible impulso: hay que bautizar la revista, hay que ponerse de acuerdo respecto de un nombre nunca usado, un nombre eufónico y pegadizo pero, a la vez, original, acaso un poco sorprendente. Alto, sonoro y significativo. Por fin, luego de abundantes y amables riñas y rechazos, se llega a un acuerdo. Conocí en Buenos Aires el título proyectado para un N° 1 que creo nonato y que, sin autorización, pongo a disposición de autores de futuros proyectos: "A partir de cero". Un título adecuado porque a pesar de que los chicos prometan en "Nuestra razón de ser" que respetarán y tomarán aliento rastreando lo auténtico, telúrico e inmortal en las obras de nuestros padres literarios, en el fondo creen –o se estimulan mutuamente para no dejar de creer– que la literatura, la vera e inmarcesible, nace con ellos. No hay antecedentes, estamos ante tierra virgen y hay que sembrar.

El tema, sugerido por los encantadores y desconocidos remitentes del N° 1 mencionado, me obliga a repetirme, me induce a recordar, una vez más, aquella definición famosa: "Los jóvenes que se acercan a la literatura pueden dividirse en dos grandes categorías: los que quieren llegar a ser escritores y los que simplemente quieren escribir. Sólo respeto a estos últimos".
Y, como todos sabemos pero no lo publicamos con nombre y apellido, la sentencia no es aplicable solamente a los jóvenes. No escasean adultos sin regreso que mantienen a fuerza de voluntad el afán de ser escritores; para ellos, libro tras libro, estilo tras estilo, moda tras moda, lo importante, la meta, es alcanzar nombradía, prestigio, popularidad acaso (conocí a un señor que logró que su pasaporte proclamara: Profesión: Poeta).

A los interesantes e impacientes creadores de N° 1 les aconsejo leer o releer las Cartas a un joven poeta de Rilke. Bastará con la primera, donde se prohíbe escribir si no se siente que el deseo es imperativo e imposible de postergar. Una necesidad, vamos.

Porque los que se proponen llegar a ser escritores y continuar siéndolo, se han tomado en serio la frase sobre la genialidad que reza: un 99 por ciento de transpiración y un 1 por ciento de inspiración (no estoy seguro de que estos porcentajes sean exactos). Y se obligan, con horario de oficina, a sentarse frente a la máquina o el papel en blanco hasta cumplir la cuota cotidiana, sudando y amargándose horas que podrían ser gratas dedicadas a placeres o al placer de no hacer nada.

Es sabido que los N° 1 fallecen siempre por razones económicas; pero también ayudan al tránsito las envidias y los desencantos dentro del grupo promotor. También sería bueno pensar –antes que en el título– que si una publicación de la importancia mundial de Revista de Occidente o de Sur han desaparecido, pocas esperanzas de larga vida pueden tener las recién nacidas, cuando sus orígenes son la pequeña vanidad y la pasajera excitación.

Como ocurre siempre hay otra cara de la moneda: más de un escritor de talento indudable comenzó enviando sus cuartillas a una N° 1 de turno.

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